
Por Luisana Lora
El Horizonte, Santo Domingo RD.- Un video que circula en redes sociales, grabado presuntamente dentro de un aula escolar, ha encendido la alarma sobre un fenómeno preocupante: la normalización de la vulgaridad y la banalización de la educación. Ver a jóvenes realizando actos provocativos y con lenguaje inapropiado dentro de un espacio que debería ser sagrado para el aprendizaje no es solo una falta de respeto; es un reflejo de cómo ciertas conductas se imponen como norma en nuestra sociedad, y un recordatorio de que la degradación de valores no ocurre de manera aislada, sino como consecuencia de un cúmulo de factores sociales, culturales y educativos.
Este tipo de episodios no es nuevo. A lo largo de los últimos años, se han registrado múltiples casos de grabaciones inapropiadas dentro de escuelas, muchas veces viralizadas por los propios estudiantes. Estos actos evidencian una crisis silenciosa de autoridad y de valores, donde la educación deja de ser percibida como espacio de formación integral y se convierte en escenario de exposición y entretenimiento, dirigido muchas veces a obtener notoriedad en redes sociales.
La generación que estamos formando Los jóvenes de hoy crecen en un mundo hiperconectado, donde la popularidad digital muchas veces vale más que el conocimiento y la disciplina. Esto no significa que sean inherentemente irresponsables, sino que están sumergidos en un entorno que premia la superficialidad y la viralidad, donde los límites entre lo aceptable y lo inapropiado se difuminan.
La cuestión es profunda: ¿qué mensaje estamos enviando como sociedad cuando el aula puede ser transformada en un escenario para espectáculos de dudoso valor educativo? ¿Qué percepción de la autoridad, del respeto y de la ética están adquiriendo los estudiantes cuando estos actos se viralizan y reciben likes, comentarios y atención mediática?
Cada vez que normalizamos la exposición de conductas inapropiadas dentro de la escuela, socavamos la confianza en los docentes, debilitamos la formación de hábitos responsables y facilitamos la propagación de comportamientos que erosionan la cohesión social. La educación, que debería ser el pilar de la construcción de ciudadanos conscientes, se ve comprometida frente a los impulsos de la viralidad y el entretenimiento digital.
La responsabilidad de todos No se trata únicamente de sancionar a quienes participan en estos episodios, sino de analizar los factores que los originan y de establecer políticas preventivas. Las autoridades educativas deben asumir un rol activo: protocolos claros para la autorización de grabaciones, campañas de concientización sobre el uso responsable de la tecnología y la educación en valores dentro del aula.
Pero la responsabilidad no termina ahí. Docentes, familias y la comunidad en general deben involucrarse. Los jóvenes necesitan referentes sólidos y coherentes; necesitan entender que la educación no es un espectáculo ni un espacio para notoriedad personal, sino un lugar para aprender, formar carácter y prepararse para
la vida.
La degradación de valores que reflejan estos actos no es un problema de una generación o de un video viral; es un síntoma de lo que estamos construyendo como sociedad. La educación no es negociable. El respeto, la ética y la disciplina no son opcionales.
Es momento de cuestionarnos con honestidad: ¿qué tipo de ciudadanos queremos formar? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a permitir que la viralidad y la exposición mediática dicten las normas dentro de la escuela? Si no actuamos con firmeza, estamos entregando a las futuras generaciones un modelo de conducta deteriorado, donde el espectáculo sustituye la responsabilidad, y la frivolidad reemplaza los valores fundamentales.
Cada aula que se convierte en escenario es un llamado de alerta. Cada acto que se viraliza sin consecuencias es un recordatorio de que la educación es nuestra responsabilidad colectiva. Debemos reflexionar, actuar y reconstruir los límites que separan lo aceptable de lo que erosiona la base moral y social de nuestra juventud. Porque permitir que la educación pierda su valor es, en última instancia, permitir que nuestra sociedad pierda su futuro.